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| Valverde en el banquillo del Barça. Fuente: Marca |
Por si esto no fuese poco, dos semanas después de la fatídica noche europea, el Barcelona se despidió de cuatro años consecutivos ganando la Copa del Rey contra un Valencia que se presentó al Sánchez Pizjuán con todos los argumentos que le faltaban a los culés: sacrificio, ganas, y sobretodo, la ilusión de ganar un título. La temporada concluyó entre la desilusión de todos y cada uno de los aficionados y los constantes reproches hacia cada estamento del club. Nadie se salvaba; jugadores, directiva, entrenador… era el momento de buscar culpables. ¿Y qué mejor que la figura del entrenador para responsabilizar todos los problemas que lleva arrastrando el club desde que la directiva actual tomase el mando? Ni eso ha hecho bien Bartomeu.
Últimamente el despido de los entrenadores es el arma preferida utilizada por los directivos para calmar las aguas que hunden miles de clubes en el mundo. Siempre se ha dicho que es más fácil despedir a una persona que a toda una plantilla, en eso estamos todos de acuerdo. La situación del Barça era la descrita, y la nueva temporada se presenciaba en el horizonte sumergidos en un profundo pozo lleno de penurias y desilusiones que invitaban a todo menos al optimismo. Era el momento, pero Bartomeu decidió salirse del guion establecido para aguantar un año más un proyecto muerto.
Valverde no es el principal y único culpable de la situación actual del Barcelona, no nos vamos a engañar, pero sí la cabeza visible de un vestuario que no va a volver a revivir mientras continúe. La etapa del extremeño se ha caracterizado por la creación del famoso `Club de amigos´, un grupo de jugadores del vestuario del Barça que llevan varios años en el club y que no permiten la libre adhesión al mismo por parte de los nuevos. Y es que el vestuario no solo está roto y dividido en grupitos, sino que las decisiones tomadas por los veteranos tienen más relevancia que las del propio entrenador. Algo que no se caracteriza por el posterior buen desempeño de los jugadores en el campo, sino más bien por el acomodamiento de éstos. Si tenemos en cuenta que en los dos únicos tripletes de la historia del club los síntomas eran totalmente diferentes, no es aventurado vaticinar que el equipo necesitaba un cambio.
Un revulsivo. Un entrenador que vuelva a activar a los jugadores, que les inyecte ese hambre competitiva que tienen dentro de ellos mismos. Una persona que se integre tanto en el vestuario que consiga tener influencia hasta en la vida privada de los jugadores. Un excelente entrenador tácticamente, que logre convencer a los jugadores de su idea y sistema, pero también alguien que sepa gestionar un vestuario tan complicado como el del equipo de la ciudad condal. Parece una utopía, pero una vez todos estos factores que parecen imposibles de cohesionar ya se consiguieron unir para crear un equipo legendario. Eran otros tiempos, otros jugadores y otra época, pero un estilo que se ha mantenido durante años y al cual los aficionados no están dispuestos a renunciar.
Rijkaard abandonó el club tras hacer una labor de reconstrucción excelsa durante años. Fue complicado decir adiós a Pep Guardiola, ya que decidió marcharse en su cúspide como entrenador. Con el Tata Martino se entendió que un año fue suficiente, y Luis Enrique se dio cuenta más que nadie que su proyecto acabó a su tercer año. Todos ellos estuvieron el tiempo justo y necesario. Entonces, ¿por qué alargar algo ahora que no tiene mayor recorrido? Valverde ha cometido errores, posiblemente como todos los anteriores, pero van a evitar que olvidemos todos sus aciertos por no admitir a tiempo que su ciclo ya ha terminado.


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